Una clase de José Luis Ibañez

Entrada principal de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), jueves 25 de septiembre, a unos minutos de las diez de la mañana, listo para ingresar a una clase de José Luis Ibáñez, pilar del teatro universitario, y quien es considerado un experto de la literatura dramática del Siglo de Oro Español y del Teatro isabelino.

Semanas antes se había invitado al Maestro a escribir en este blog, con el objetivo de conocer su postura sobre el quehacer artístico en la actualidad y en especial sobre las responsabilidades y retos que conlleva el montaje o la actualización de los clásicos teatrales hoy en día. Su respuesta fue clara y sencilla: “Siento mucho decirle que soy impotente para escribir. No podría corresponder con su gentil oferta. De todos modos, muchas gracias. Saludos: JLI”.

A esta misiva siguieron correos para ver la posibilidad de, entonces, acceder a una de sus clases, observar su dinámica en el salón y tratar desde ese lugar acercarse a su postura académico-profesional, verlo en acción.

En este periodo lectivo, los jueves, de 10:00 a 12:00 horas, Ibáñez imparte Historia del Arte Teatral 3 (Siglos de Oro Español), materia obligatoria de tercer semestre de la licenciatura de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM.

Ese jueves fue regresar a la academia para, en primer lugar, descubrir que no es en el edificio frente a la Biblioteca Central donde se lleva a cabo la clase y preguntar dónde queda el Anexo Adolfo Sánchez Vázquez, cruzar el estacionamiento, atravesar el puente de Insurgentes, rodear el Estadio Olímpico por su costado derecho y llegar al destino con el corazón latiendo fuertemente. Son las 10:05 horas.

Desde la ventana del Aula 1-1 pareciera que la clase lleva horas, no se ve a nadie que se vaya sentando o empiece a sacar sus apuntes. Ni modo, a tocar, a sentir esos nervios de no estar en tiempos en la materia, del regaño o del desplante, del “salgase”. Lo único que ocurrió fue un: “siéntese al fondo”.

Las bancas están acomodadas en forma de cuadrado, lo que permite un diálogo en el cual todos se ven la cara. En cuanto llega uno, el ayudante se acerca a la persona, pide apuntarse en una lista y se le asigna un número, se hacen rondas de preguntas sobre los avances en investigaciones y se exhiben inquietudes académicas, siempre “compartir sin superioridad”, avisa el Maestro.

La clase lleva diez minutos, hay cuatro personas en el salón (el Maestro, el ayudante, una alumna y una oyente) y ya está finalizando de exponer la “Número 1” sobre sus adelantos de Lope de Vega, la “Número 2” explica sobre su interés de obtener conocimientos teatrales para su carrera de cantante de ópera, el “Número 3” es quien escribe el texto, la “Número 4”, el “Número 5” y la “Número 6” llegan más tarde y hablan sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Rueda y Tirso de Molina, respectivamente.

Cada que alguien expone, Ibáñez corrige para tener una mayor exactitud en la manera de expresar ideas, hay cierta sensación de estar en constante examen. La primera ronda es en torno a “qué intentó cada uno desde la lección anterior y cuál es su deseo de hoy”. A través de esta dinámica, se programa lo que va a hacer cada uno de los presentes en esa clase para pasar a conectar con sus propias investigaciones y con el trabajo de los demás, sin igualarse, “nada es uniforme aquí”.

La clase es “una reunión de necesitados de estudios”, en la cual cada que se menciona a un autor, se hace una definición importante o un verso, el grupo repite lo dicho, desde mi óptica como una manera de practicar una dicción y puntualizar elementos determinantes del curso.

Una hora después de iniciada la clase, entra una alumna. Se rompe la dinámica, el Maestro la encara, la cuestiona; él explica que es el responsable del grupo y como tal, tiene que haber un rigor, le recuerda que la ética actoral “nace de las crisis, del conflicto entre lealtad y deseo”, denota los fuertes problemas de deficiencia educativo, y parafraseando a la canción de José Alfredo Jiménez, afirma: “y si quieres saber de mis estudios es preciso cumplir con la academia y no se puede depender de mentiras o ficciones”.

En cada una de sus intervenciones, el Maestro expone a los autores en su contexto. Con la seriedad y la erudición que permite el conocimiento del tema, Ibáñez lee fragmentos de Las trampas de la fe de Octavio Paz, señala referencias de la clase en el libro El teatro de la Nueva España en el siglo XVI de José Rojas Garcidueñas y recomienda Teatros y escenarios del Siglo de Oro de Othón Arróniz, además de Poetas novohispanos de Alfonso Méndez Plancarte.

En sus palabras se vislumbran los elementos del Siglo de Oro: los autores, el análisis, la estructura y el ritmo. El profesor dirige, da acotaciones, explica, corrige, puntualiza y plantea. No es una clase cualquiera, no es un maestro más, es José Luis Ibáñez, uno de los pocos que puede comprender y montar a los clásicos.

Diez minutos antes de acabar la clase, el ayudante hace referencia del tiempo y dice que viene el momento de cerrar la sesión con las conclusiones. Qué conclusiones sacó yo de esta clase, de este acercamiento a un hombre fundamental del teatro universitario. En cierta medida me deja un sentimiento de un privilegio extraño.

Visión externa

Ximena Sánchez, profesora del Colegio de Literatura Dramática y Teatro, fue adjunta del Maestro Ibáñez durante siete años. Cursó como alumna materias con él, después regresó como oyente, fue su ayudante y también colaborada. Asistió a sus clases de Historia, Actuación, de la Cátedra Juan Ruiz de Alarcón, de seminarios de Posgrado y estudios particulares en su casa.

“Cada semestre es único, él no volvía a dar una clase igual a otra, aunque en apariencia uno puede volver y decir: ‘esto yo ya lo viví’, no es así, eso me permitió reconocer que le hace caso a un consejo que le dio Salvador Novo directamente a él (en esta idea de que los jóvenes queremos prever hasta el último detalle): ‘Espérate que salga el toro y luego lo toreamos’. Cada clase en cada semestre, él la hace considerando que no sabe para quién va a ser.

“Cada clase la va armando según el grupo en el que esté y obviamente tiene dinámicas que ha comprobado que funcionan y las aplicas… Para tener una activación de todos los miembros de cada exposición que le toca dar… si se enumeran, todo tiene una continuidad y los alumnos saben que van después del otro, no es que se vuelvan números para nublar su individualidad, se vuelven números en favor de la finalidad de una clase que es compartir un libreto, un texto o una historia que estamos contando”.

Refiere que existe un fuerte compromiso del Maestro con la academia, ya que “no llega a ninguna clase tarde, no falta, procura aprenderse el nombre de todos los alumnos, los distingue como individuos, sabe que cada uno tiene finalidades diferentes aunque todos estamos en el mismo barco que se llama una clase, una formación, con deseos diferentes”.

El Maestro demuestra que es de la vieja escuela, que llega con sus libros y los comparte, que lucha por despertar en sus alumnos una exigencia hacia él mismo, que sortea el desgastamiento escolar y que sigue enseñando.

Finalmente, el privilegio es extraño porque ante tanto conocimiento y enseñanzas, es difícil no pensar que ese día estaban en el salón cinco alumnos inscritos que superaron la dinámica escolar y que dejaron atrás la elección rápida de un profesor por un conocimiento real.

Hay tanta experiencia que se necesita compartir entre más personas. Olga Harmony afirmó, en su libro Ires y venires del teatro en México: “es bien sabido que José Lis Ibáñez es un maestro de la dicción en verso de las obras de los Siglos de Oro y que a él acuden muchos actores ya formados para aprender los secretos no sólo del bien decir estos dramas, sino también para desentrañar su más recónditas metáforas”.

José Luis Ibáñez (Orizaba, Veracruz, 1933). Hombre de teatro egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde imparte diferentes asignaturas. Realizó su debut en 1955 en las últimas temporadas de Poesía en Voz alta. Entre sus montajes más significativos están: Las mariposas son libres, El divino Narciso, La muerte se va a Granada y La vida es sueño.